La Novena
Rosario |
Alicia tenía muy claro que apenas cumpliese los 18 años obtendría una beca que la llevaría a estudiar en el extranjero y a conocer el mundo, por tal motivo dedicaba todo su tiempo libre a la búsqueda de becas, no importaba mucho que estudiase con tal que fuese cruzando un océano y lo mas lejos posible de su casa, de su barrio y de su gente.
Elucubraba Alicia su liberación triunfal del yugo familiar cuando su abuela Petrona Caridad de los Santos, una mulata de cabellos blancos que cualquiera confundiría con una Mae Bahiana, le recordaba que en 10 minutos debían estar en la novena en la casa de Ña Boni, la modista recientemente viuda. La impotencia y rabia de tener que participar en todos esos rezos comunitarios de ancianas la abrumaba, pero cualquier intento de protesta ya sabía que terminaría en más rosarios que rezar.
No entendía el sentido repetir oraciones decenas de veces en diversas horas del día y menos aún en la casa de los vecinos, en el barrio se rezaba el rosario por motivos inverosímiles: por la curación de los enfermos, por las fiestas patronales, por la navidad en familia, se rezaba la novena por los muertos y en todos sus aniversarios, se veía con malos ojos que al difunto de la familia se lo vele en casas funerarias, la tradición mandaba que al muerto había que velarlo en la casa y rezar por su alma, con toda la familia y vecindario incluidos, la obligada novena. El altar de Doña Petrona Caridad de los Santos era una vieja cómoda con cajones desvencijados, allí estaba representando casi todo el Santoral Católico, los que no cabían en el mueble, se representaban en cuadros que abarcaba toda la pared y estampas esparcidas en los rincones, había también una colección de rosarios bendecidos, agua bendita y ramos de pindó de la última semana santa.
Sucedió que en el octavo día de la novena en la casa de la Viuda apareció Rafael el sobrino uruguayo de Doña Boni que vivía en Cabo Polonio, todas las ancianas del barrio se santiguaron al verlo llegar, el único parecido con su familia eran lo ojos agrisados; era un joven bronceado y con rastas que olía a mar y a libertad. No había vuelta atrás, coincidieron las estrellas y los destinos. La adolescencia sin drama no es adolescencia, pensó Doña Petrona al ver a su nieta ciega de una pasión que todo lo ciega.
Fue el chisme más comentado del año, la nieta de Doña Petrona Caridad de los Santos se fugó con el hippie uruguayo que no se peinaba y tomaba mate todo el día, aun con 40 grados de calor. Años después en la fiesta de Santa Ana, el carrusel de la plaza fue testigo del regreso de Alicia, volvía para pedir la bendición de su abuela, había cruzado el océano y conocido los múltiples mundos que habían más allá del barrio, pero la sangre no es agua y después de muchas lunas regresaba Alicia con un japa mala en la mano y alivio en el corazón.
Elucubraba Alicia su liberación triunfal del yugo familiar cuando su abuela Petrona Caridad de los Santos, una mulata de cabellos blancos que cualquiera confundiría con una Mae Bahiana, le recordaba que en 10 minutos debían estar en la novena en la casa de Ña Boni, la modista recientemente viuda. La impotencia y rabia de tener que participar en todos esos rezos comunitarios de ancianas la abrumaba, pero cualquier intento de protesta ya sabía que terminaría en más rosarios que rezar.
No entendía el sentido repetir oraciones decenas de veces en diversas horas del día y menos aún en la casa de los vecinos, en el barrio se rezaba el rosario por motivos inverosímiles: por la curación de los enfermos, por las fiestas patronales, por la navidad en familia, se rezaba la novena por los muertos y en todos sus aniversarios, se veía con malos ojos que al difunto de la familia se lo vele en casas funerarias, la tradición mandaba que al muerto había que velarlo en la casa y rezar por su alma, con toda la familia y vecindario incluidos, la obligada novena. El altar de Doña Petrona Caridad de los Santos era una vieja cómoda con cajones desvencijados, allí estaba representando casi todo el Santoral Católico, los que no cabían en el mueble, se representaban en cuadros que abarcaba toda la pared y estampas esparcidas en los rincones, había también una colección de rosarios bendecidos, agua bendita y ramos de pindó de la última semana santa.
Sucedió que en el octavo día de la novena en la casa de la Viuda apareció Rafael el sobrino uruguayo de Doña Boni que vivía en Cabo Polonio, todas las ancianas del barrio se santiguaron al verlo llegar, el único parecido con su familia eran lo ojos agrisados; era un joven bronceado y con rastas que olía a mar y a libertad. No había vuelta atrás, coincidieron las estrellas y los destinos. La adolescencia sin drama no es adolescencia, pensó Doña Petrona al ver a su nieta ciega de una pasión que todo lo ciega.
Fue el chisme más comentado del año, la nieta de Doña Petrona Caridad de los Santos se fugó con el hippie uruguayo que no se peinaba y tomaba mate todo el día, aun con 40 grados de calor. Años después en la fiesta de Santa Ana, el carrusel de la plaza fue testigo del regreso de Alicia, volvía para pedir la bendición de su abuela, había cruzado el océano y conocido los múltiples mundos que habían más allá del barrio, pero la sangre no es agua y después de muchas lunas regresaba Alicia con un japa mala en la mano y alivio en el corazón.
Comentarios
Me ha gustado mucho, es cómo la vida misma. Y no soy creyente, pero creo que algo hay. Quizás algo más grande que un Dios. Un fuerza magnánima.