Arcoíris amorfo


Se miró al espejo asombrada, buscaba en sus pupilas algún indicio de insania, un gesto que delate la perturbación del día anterior, pero sólo observó a la misma señora cansada de tantos compromisos y obligaciones. Se palpó los labios, la nariz y sus cabellos que comenzaban a mostrar reflejos plateados, buscaba en su piel algún rastro de furia, pero sólo encontró los vestigios del desvelo en las oscuras ojeras.

Repasó en su mente cada paso dado el día anterior, como cada mañana la campana sonó puntualmente anunciando el recreo, cientos de niños salían de sus aulas como si fueran pájaros en bandadas huyendo de sus jaulas. Mara caminó hasta la sala de profesores en medio del barullo para tomar mate con los demás profesores y comentar las noticias del día.

-Su cara es un poema -dijo Carmen, la directora del colegio; señalando en el diario del día la foto de una mujer acusada de incendiar la casa de la exsuegra. El título de la crónica y la sonrisa de la joven acusada eran surrealistas: una joven con una peculiar sonrisa iluminada que no encajaba con su situación, posaba para el periodista mientras era escoltada por dos policías a una patrullera.

-La sonrisa de la Monalisa tiene menos gracia, comentó Carmen. El análisis del caso de la sonriente nuera incendiaria continuó hasta que la campana les devolvió a continuar las clases.

Mediodía. Lo esperó pero nunca llegó ni la llamó, sin explicaciones su amante faltó a la cita acordada, caminó las dos cuadras que separaban la escuela del banco de paredes de vidrio cuando lo vio de la mano y a los besos con una de las oficiales de crédito de la oficina del tercer piso del moderno edificio. Mara montó en furia silenciosa, por su mente pasaron rápidamente los besos clandestinos, las promesas acartonadas y la ilusión de exclusividad. No pudo ver a tiempo lo evidente: la vanidad detrás del traje, la vacuidad de su discurso y la falsedad en su semblante.

La apacible siesta citadina, unos desprevenidos transeúntes y cuidacoches fueron testigos de su arrebato. Primero pensó que sería muy cliché incendiar la casa de su ahora ex amante, no quería terminar como la protagonista del incendio y de los memes más viralizados del día, por lo que optó por algo más sencillo, inolvidable y doloroso para el ego masculino del respetado gerente del banco local.

Caminó resuelta como en una especie de trance hasta la ferretería más cercana, regresó con un afilado machetillo y varios aerosoles. Nadie intentó en detenerla ni acercársele, su mirada era la de una desquiciada que asustaba a quien la mirara.

Cuando el amante alertado llegó corriendo al estacionamiento, su lustrosa camioneta plateada del representante se había convertido en una especie de arcoíris amorfo con las cuatro ruedas desinfladas; con dos aerosoles en su mano Mara daba los últimos toques a su obra de arte, satisfecha, dio media vuelta, lo miró a los ojos, tiró a sus pies los aerosoles y volvió sobre sus pasos a terminar sus labores del día.

No hubo denuncias, ni recriminaciones. Cuando Mara llegó a la plaza a continuar su jornada laboral, encontró que sus alumnas de la tercera edad la esperaban como siempre para las clases de Tai Chi, luego de varios ejercicios de respiración y caminata Zen, volvió a ser la misma profesora cordial, simpática y bondadosa que regresaba a su casa en donde su esposo la esperaba.

- ¿Qué tal estuvo tu día amor? le preguntó su marido.

- ¡Colorido como un arcoiris!, respondió Mara mientras encendía el Televisor.





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